29 abril 2007

Cuentacuentos 33 (doble)

El título de aquel libro llamó poderosamente mi atención. Por eso la conocí, ¿sabes? Por aquel libro.

Un cartel enorme anunciaba que ella estaría allí firmando ejemplares de su último libro. Yo no sabía quien era ella, pero aquel título...

Me presenté en la tienda el día de la firma, dispuesto a saber quién había elegido justamente aquellas cuatro palabras. Estaba ojeando el libro cuando ella apareció a mi lado. Su fragancia... no sé como explicarlo, me capturó.

Me sonrió, y me preguntó si venía por la firma, yo le dije que sí, y entonces ella me preguntó si me había gustado el libro. Yo sonreí azorado y le dije que la verdad era que no lo había leído, pero que me había llamado la atención el título, y había venido con la intención de saber quién era la autora.

En ese momento ella soltó una risita, y yo la miré intrigado. Me miró a los ojos, y volvió a reír al ver mi mueca interrogante.

Entonces se presentó. Su sonrisa, puedes creerlo, fue la más amplia que vi en mi vida.

¿Sabes? Era hermosa, pero no con esa belleza evidente con la que nos bombardean hoy en día, en ella todo era sutil, pero embriagador, todo excepto sus ojos que eran espectaculares...

Me enamoré de ella en aquel instante, en aquella tarde, y gracias a aquel libro, su libro, nuestro libro.

Y ella se enamoró de mí también, pero más tarde, a poquitos, en cada café, en cada cena, en cada paseo por la ciudad, en cada llamada telefónica.

No sabes como llegué a amarla, la sentía aquí dentro, conmigo en cada segundo del día.
Pero el destino es cruel, y de la misma manera casual que me la dio, un horrible día decidió arrebatármela.

Tú no puedes entenderlo.

Viví, no, no viví, creí morir cada día despues de aquel, hasta que un día por la calle, ví su pelo.

No, no me mires así. Es cierto, no era su pelo, pero era igual. Aquella mujer llevaba su mismo peinado, su mismo color, y como más tarde comprobé, su misma suavidad y el mismo sutil aroma.

Entonces supe que debía ser mía. Pero ¿sabes? era su pelo, pero no era ella.

Shhhhhhh no intentes moverte, te vas a hacer daño. Y no queremos que te hagas daño, ¿verdad?

A partir de aquel momento supe lo que tenía que hacer, tenía que buscarla.

Meses más tarde encontré sus manos, sus mismas caricias, su misma fuerza. Y otra vez eran sus manos, pero no era ella.

Una noche, ahogando la pena que me producía su ausencia encontré sus labios, me besaron, y pensé que la había encontrado, su dulzura, su pasión. Pero aunque eran sus labios, tampoco esta vez era ella.

No llores, ¿por qué lloras? Si te portas bien, vamos a ser muy felices. Ellas no se portaron bien, ¿sabes? Tenían su pelo, sus manos, sus labios, pero no eran ella, no quisieron ser ella. Y por eso...

Ah, tú, tan bella, tan sutil como ella.... tú... como todo lo importante, ocurriste de repente...

Había dejado de buscarla... sí, había perdido la esperanza de recuperarla hasta que te ví aquella tarde... hasta que chocaste conmigo en aquella calle... hasta que vi tus ojos divertidos al vernos caer al suelo... hasta que de tu mochila cayó aquel libro, su libro, nuestro libro.

Porque tú, tú mi amor, tú tienes lo más importante, tú tienes sus ojos, tú eres ella...

...


Esta semana vuelvo a hacer el cuento con dos frases, por falta de tiempo en la entrega anterior... de todas formas creo que me ha quedado algo pasable, espero que os guste...
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17 abril 2007

Cuentacuentos 32: Nunca he sabido hacer el equipaje

Nunca he sabido hacer el equipaje. No es que me preocupe demasiado, pero es la verdad. No sé hacer bien la maleta. Yo lo intento, pero creo que tengo una incapacidad genética para lograrlo.

No te rías, no tiene gracia. Es una auténtica tragedia.
Mi ropa acaba arrugada por no colocarla en el orden correcto.
Y siempre se me olvida justo lo que más falta me va a hacer y por otra parte meto cantidad cosas que no llego a usar.

Sí, ya se que hacer una lista de las cosas que tengo que meter ayudará. Pero ¿sabes? Tampoco sé hacer buenas listas.
No logro planificar lo que me voy a poner cada día para meter las mínimas cosas posibles dentro de ese infernal invento.
Y eso que lo intento. Hago montones encima de la cama la ropa que quiero llevarme, empezando por ejemplo por un pantalón, así encima coloco lo que me voy a poner con él, el montón de al lado lo comienzo con una falda.
Pero al final todo acaba siendo un caos, y en el último momento lo meto todo deprisa y corriendo.

¿Dónde he metido las llaves? La última vez que las vi estaban debajo de esos libros…

¡Qué gracioso! No es que yo sea desordenada, es que tú no entiendes mi orden, y tampoco lo entiende mi maleta, ni nadie, porque en el fondo soy una incomprendida social, que no sabe hacer listas ni equipajes...

¡Ordenar sí que sé! Solo que mi orden dura poco. ¿Te cuento un secreto? Creo que es esta habitación… que tiene un campo magnético desordenador… o algo…

¡Ufff! Por poco me mato, esas botas antes no estaban ahí.

Sí claro, soy desordenada, desorganizada y patosa, ¿me explicas por qué estás conmigo entonces hombre perfecto?

Mmmmmmmmmm ¿yo extravagante? Si acaso original...
Quita esa estúpida maleta de la cama, anda, la muy puñetera se ríe de mí desde ahí arriba. Me provoca. La odio.

Claro que puedo odiarla, la odio, la odio, la odio. Estúpida maleta que ni siquiera tiene ruedas…

No te rías, pesa muchíiiiiiiiiiisimo, por lo menos una tonelada.

Pues ya que tú eres tan fuerte, te nombro mi botones particular, a partir de ahora señor Botones, te harás cargo de mi maleta.

¡Ahhhhhhhh! ¡Noooooooo! No me hagas cosquillas, ¡no! ¡Tramposo!



No, no sé hacer el equipaje. Pero me lo perdonas ¿verdad? :p
Además, las cosas realmente importantes no se pueden guardar dentro de una maleta.


Jejejeje, esta semana la frase era míaaaaaaaaa, síiiiiiiiiiii mi tessssorooooooooooooo
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09 abril 2007

Cuentacuentos 31: Érase una vez...

"Érase una vez una virginal princesa en apuros esperando a que el príncipe que le toca por tradición acuda en su ayuda, sin saber que los cuentos son invenciones, y que los príncipes ya no son azules porque el agua los hace desteñir...
Érase una vez, así empezaban casi todos los cuentos cuando yo todavía creía en ellos, cuando creía que siendo buena ibas al cielo, y que hay determinadas cosas que una princesa no hace hasta la noche de bodas.
Pero ya no soy buena, ni voy a ir al cielo, ni hay un príncipe azul que me rescate, porque ya me he rescatado solita, y al fin y al cabo hay tipos mucho más interesantes que un gilipollas con mallas..."

Una mano en su vientre la hizo dejar de escribir en el portátil, aquella entrada de blog debería esperar, intuía que detrás de una mano vendría otra, y así fue.

La segunda mano se arrastró lentamente hacia un pecho que empezaba a dejar sentir los efectos de la excitación que crecía en su interior.
Unos labios cálidos la besaron en el hombro desnudo trazando un camino sinuoso hacia su clavícula.
Ella se levantó del taburete. Sintió su cuerpo pegado a su espalda. Sus labios siguiendo su recorrido por la nuca hacia el otro hombro.
Se estremeció cuando el rastro húmedo que iba dejando atrás se enfrió, y notó como su cuerpo respondía a ese estímulo.
Oyó que reía encantado de la rápida respuesta que estaba obteniendo de ella, y levantó los brazos para acariciarle el pelo.
Él rodeó sus pechos con ambas manos y empezó a acariciarlos a través de la liviana ropa. Trazando espirales que le llevaban lenta pero inexorablemente a un punto sin retorno.
Sus suspiros llenaron el aire. Se dejó llevar por la fiebre que la consumía abandonando todo pensamiento racional.
Se volvió y apresó sus labios entre los suyos. Sus manos anhelantes empezaron a desnudarle. Él hizo lo mismo.
Sin palabras. Sus ojos hablaban suficiente.
Aspiró profundamente su aroma. Pasó su lengua por su cuello capturando su sabor. Sus manos acariciaron su espalda perdiéndose entre su pelo.
Él inspiró profundamente. Besó su frente. Sus ojos. Sus labios. Se demoró en su cuello. Sus manos trazaban círculos en sus nalgas mientras ella sonreía con los ojos cerrados.
Entonces sus brazos se cerraron a su alrededor y la elevaron, ella se aferró a su cuello, sus labios se reencontraron. Sus piernas le aprisionaron y él supo que no tenía salida, ni quería tenerla.
Se dirigió al dormitorio entre besos, mordiscos en la oreja, y miradas incitadoras. Ella sabía lo que quería.
Tras ellos un salón lleno de ropa tirada descuidadamente, un pasillo con los cuadros torcidos mientras en el dormitorio ...

Próxima estación con parada A Coruña, final de trayecto.
Renfe les agradece la confianza por viajar con nosotros, rogamos revisen sus asientos con el fin de no dejar olvidado ninguno de sus objetos personales.

¡Mierda!, ¡justo cuando llegaba lo más interesante!
Entonces se percató de que el chico que se sentaba justo enfrente de ella la observaba, se dio cuenta de que tenía las mejillas coloradas, ¿cuanto tiempo llevaba mirándola?

¿Qué estaría leyendo tan enfrascada? La había observado un buen rato, su lectura se había hecho más ávida unos quince minutos antes, sus mejillas se habían coloreado, y se había dado cuenta de que respiraba más profundamente... ¿sería...?

Ella le sonrió azorada, y él sonriendo a su vez, le guiñó un ojo cómplice.

¿Te ayudo a bajar la maleta?

03 abril 2007

Cuentacuentos 30: Y allí estaba, entre mis manos temblorosas

Y allí estaba, entre mis manos temblorosas el pequeño pedazo de papel con su teléfono apuntado.
Sentada en la alfombra que ocupaba todo el centro de mi cuarto, con la vista fija en el número escrito con tinta negra en la esquina arrancada de una página de periódico.

A escasos centímetros de mis pies, el móvil parecía que me lanzaba miradas de reproche por no marcar el número que tanto había deseado conseguir.

Inspiré lo más hondo que pude, lo recogí, y volví a soltarlo como si quemase junto con el papelito. Me levanté y caminé en círculos alrededor de ellos estrujándome las manos.

Me sudaban las manos como hacía mucho que no pasaba.

Haciendo acopio de valor, volví a sentarme reprochándome el miedo que sentía de hacer aquella llamada.
Cogí el móvil, y empecé a marcar, despacito, los 9 dígitos.

Fué entonces cuando empezó a vibrar y a sonar el dichoso aparatejo, casi matándome del susto, lo dejé caer en la alfombra por el sobresalto.
Con los ojos muy abiertos, contemplé la pantallita azul:

Mónica llamando...

Respiré un poco más tranquila y pulsé la tecla.

¿Sí?
¿Ya le has llamado? ¿Qué te ha dicho? Cuenta cuent...
No, no le he llamado... aún...
¿Como que no? Tía, tú estás tonta, en serio...
Mónica, no es tan fácil...
Así de fácil, marcas el número, esperas a que coja y...
Estaba marcando cuando tú llamaste dándome un susto de muerte.
Ah, pues entonces cuelgo, chao! Luego te llamo
No, Mon...

Duración de la llamada: 0:00:32

Mierda, ya había colgado, me dieron ganas de matarla, necesitaba hablar con alguien antes de hacer aquella llamada, alguien que me dijese que todo iba a ir bien.

Volví a marcar.

Conectando...

¿Diga?
¿Hablo con Carlos Fernández?
Sí. ¿Qué desea?
Soy Clara. Tu hija.
...