18 junio 2007

Cuentacuentos 36 (triple)

"La habitación del deseo". Así se llamaba la exposición.
Me llamó la atención el nombre cuando buscaba en la sección cultural del periódico a qué hora abría la galería que debía visitar para la crítica de arte que me habían encargado.
Pero mucho más sorprendente fue ver la fotografía de la artista. No me habría hecho falta leer su nombre para saber quien era, pero lo hice por pura necesidad de confirmar lo que ya supe en cuanto vi sus ojos mirándome descarados desde la página del diario.

Fue una suerte que estuviese sentado en ese momento, porque noté como mis piernas se aflojaban, y supe que no me habrían podido mantener en pie.

Nunca imaginé que volvería a verla, y mucho menos que la encontraría entre las páginas de un periódico.
Fotógrafa, era fotógrafa, y por lo que decían, muy buena. Esto último no me sorprendió demasiado.

Al final fui aquella tarde, no sabía si sería una buena idea, pero allí estaba, necesitaba volver a verla. Y qué mejor momento que la inauguración, cuando estaría demasiado ocupada con toda la atención que recibiría como para reparar en mi presencia.

La exposición era verdaderamente impactante, llena de sensualidad y pasión. Hacía mucho que no veía nada tan bueno, y no tenía nada que ver que fuera ella, hasta ese punto no había perdido mi sentido crítico.

Mostraba un manejo sorprendentemente maduro del color, pero sobre todo de los contrastes lumínicos.
A la vez que un gran erotismo, aquellas imágenes derrochaban inocencia, lo que no dejaba de ser un contrasentido, y lo qué más gracia me hizo, todas y cada una tenían un título que discordaba enormemente con la fotografía.
Una se llamaba "El gatito correteó juguetón entre sus piernas", y sí, fijándote, al fondo aparecía un gatito, y por el suelo, entre unas piernas de mujer preciosas, enfundadas en unas medias de encaje y unos zapatos de tacón imposible, pequeñas marcas de pisadas de gato.
Leer el título te obligaba a ver desde otro punto de vista la fotografía, con lo que la experiencia era doblemente gratificante.

Fue todo un descubrimiento ver todas aquellas fotos, y supe que la exposición sería un éxito cuando a mi alrededor vi a gente realmente sorprendida y emocionada por lo que veía, y no a los típicos snobs que suelen parlotear incesantemente sobre técnicas y estilos de los que estoy seguro de que no tienen ni idea.

Estaba maravillado por un perfil a contraluz cuando la vi.
Encantadora, con un vestido precioso negro, y recibiendo toda la atención que merecía, tanto como artista, como mujer.
Tenía el mismo pelo ondulado, la misma forma de ladear la cabeza para escuchar a su interlocutor, la misma sonrisa, la habría reconocido entre mil, a pesar de que se había convertido en toda una mujer.

Cerré los ojos, deseando atreverme a acercarme, deseando tener el valor de decirle cuanto me gustaba su obra, deseando poder contarle cuánto la había echado de menos.
Pero me fui, y podéis llamarme cobarde, pero supe viendo sus fotografías, que sólo le causaría un dolor que no necesitaba en su vida.
No podía arreglar lo que había echo mal tantos años atrás, y por eso me fui conteniendo en mi lengua, mi cabeza y mi corazón aquellas cuatro palabras que deseaba decirle: "Yo soy tu padre".

15 junio 2007

Cuentacuentos 35 (Cuento al revés)

Despertó sintiendo el cálido contacto de su piel contra la suya.
Pasaron un par de segundos hasta que recordó la noche anterior, y entonces, una enorme sonrisa se hizo hueco en su cara.
Inspiró profundamente el aroma que emanaba de ella, se recreó contemplando los destellos que la incipiente luz del amanecer arrancaba de las minúsculas partículas plateadas que estaban adheridas a su cuerpo.
Se sintió feliz, infinitamente feliz, como si la última pieza de un rompecabezas por fin se hubiera encajado.

Cerró los ojos, y allí, en el interior de sus párpados, se volvió a proyectar la intensa noche.

Había tenido que llevarla hasta su casa porque el pie se le había hinchado bastante.
Al llegar comprobaron lo difícil que le iba a resultar subir hasta un tercero sin ascensor.
Sabía que después de los acontecimientos de la tarde, aquello posiblemente no sería una buena idea, pero se ofreció a subirla en brazos. Fue un momento bastante violento cuando la cogió y ella pasó sus brazos alrededor de su cuello. Tenía la piel caliente y su contacto hizo que imágenes muy poco apropiadas asaltaran su cabeza, y para empeorar las cosas, sentía su aliento cosquilleándole en el cuello.

En el rellano del segundo, se le escurrió un poco y tuvo que agarrarla más fuerte, entonces ella soltó una risa nerviosa, y él rió a su vez, la situación era verdaderamente cómica, a pesar de todo.
Ya solo quedaba un piso, la dejaría en su casa y podría irse, posiblemente corriendo, ya volvería por el coche luego, necesitaba alejarse, que la brisa de la tarde enfriase su cabeza, que aquel deseo se diluyese. Dios, su pelo olía tan bien.

Por fin habían llegado a la puerta. Algo le atenazó el estómago, quería irse, pero deseaba con todas sus fuerzas quedarse. Era su amiga, era su mejor amiga, no dejaba de repetírselo una y otra vez como si ese solo pensamiento pudiese borrar lo que había pasado aquella tarde.
La dejó en el suelo, pero sus brazos seguían rodeándolo, sus ojos lo miraban, y tenía los labios entreabiertos a unos centímetros de los suyos. Sería tan fácil besarla, deseaba tanto hacerlo.
Y fue entonces cuando ella lo hizo, le besó, mientras sus dedos se enredaban en su pelo.
Ya no pudo más, los pequeños restos de cordura que habían contenido sus impulsos se rompieron, y se dejó llevar por el deseo de besarla, de apretarla contra sí y no dejarla ir nunca.
La volvió a levantar y esta vez ella le rodeó con las piernas y los brazos, una pequeña mueca de dolor en su cara le hizo volver a la realidad por un instante, pero no quería dejarla ahora que la tenía, la necesitaba.

Ella le susurró al oído que las llaves las tenía en el bolsillo derecho. La puerta se cerró tras ellos.

Se movió un poco, allí, a su lado. Estaba tan hermosa durmiendo, y a la vez tan tremendamente sugerente, con la sábana tapándole apenas nada.
Le acarició el costado, rozándola levemente con un dedo, y volvió a la noche anterior, La Noche.

Ni siquiera recordaba como habían llegado a su cuarto, solo recordaba estar allí, tendido sobre ella, besándola, apresado entre sus piernas.
Todavía tenía aquel sabor adherido a la piel, salado, intenso. Se habían desnudado presos de un ansia arrolladora, casi arrancándose la ropa, deseosos de que hasta el último centímetro de su piel estuviese en contacto.

Y la besó, pasó sus labios y su lengua por todos los lugares donde había deseado hacerlo, la sintió temblar bajo sus caricias. Sintió sobre su piel el tacto abrasador de sus manos explorándolo, y su respiración anhelante en su cuello, mientras le mordía suavemente la oreja.
Se estaba volviendo loco de deseo cuando ella ya no le dejó más salida y lo atrajo irremediablemente hacia ella.

No podía creer que hubiese pasado.
Se había dado cuenta de que para él no era sólo una amiga cuando el sábado anterior la había visto ligando en una fiesta, y unos celos abrasadores le habían consumido las entrañas.

El día no prometía gran cosa, no podía hacer nada por tenerla sin arriesgarse a perderla para siempre, ¿como iba a decirle a su mejor amiga que creía estar enamorado de ella?
Habían quedado todos en pasar el día en la playa, había estado a punto de no ir, pero para qué negarlo le producía una especie de placer masoquista verla en bikini.

A media tarde todos habían ido a dar un paseo por las rocas. Él había dicho que estaba cansado. Sabía lo que pasaría, era su mejor amiga, iría todo el rato a su lado sin saber que le estaba torturando.
Fue peor, se quedó para que no estuviese solo, y después de un rato que pasaron hablando como siempre habían hecho, cuando él ya estaba relajado y pensando que era normal pensar que estaba enamorado de su mejor amiga, ella le pidió que le echase crema por la espalda.
Se le hizo un nudo en la garganta, no podía negarse, siempre lo había echo y ¿como explicarle que hoy no quería? Se armó de valor y empezó a extenderla por su espalda, después del primer momento empezó a darse cuenta de que la estaba acariciando, de que no solo le extendía crema, sino que se estaba recreando en ello.
Se sintió mal, casi como si se estuviese aprovechando de ella, y para colmo, se había excitado terriblemente.
Cerró la botella de protector, y malhumorado, se tumbó boca abajo deseando que se le pasara pronto.
Ella permaneció callada unos minutos, probablemente pensando en por qué estaría tan raro últimamente, pero luego le dijo que se iba a quemar así que mejor le daba un poco de crema.

Y no pudo más, se levantó como una exhalación y salió disparado hacia el agua. Nadó como un loco, descargando en cada brazada la tensión que llevaba días acumulando.
Entonces fue consciente de que ella debía estar alucinando con su comportamiento, se maldijo por lo estúpido que había sido, ahora tendría que darle una buena explicación, por supuesto una gran mentira.
Nadó hacia la orilla, buscándola con la mirada en la arena, no estaba.Se paró y se puso de pie cuando ella le salió al paso con un par de brazadas, estaba enfadada, o quizá confusa, o puede que las dos cosas, la entendía.
Intentó hacer trabajar su cerebro en busca de una buena razón, pero cuando furiosa le preguntó qué coño le pasaba, y le recriminó lo preocupada que la había hecho sentirse, algún cable de su cabeza se cruzó y agarrándola por los hombros la besó.
La había cagado, lo sabía.
Ella retrocedió un par de pasos y entonces una mueca de dolor desfiguró su cara, se agachó y se agarró un pie.
Fanecas, en aquella playa había fanecas. La cogió en brazos y la llevó al puesto de la Cruz Roja, había que sacar el veneno. Le habría impedido cogerla, sin duda, si no fuese por el terrible dolor que estaba sufriendo.
No dijeron ni media palabra mientras el socorrista le extraía el veneno del pie haciendo unas incisiones, luego la acompañó a las toallas.
Ya estaban todos allí haciendo planes para esa noche.
Quería irse, quería esconder la cabeza en un agujero en la arena y desaparecer, no podía creer la tremenda estupidez que había cometido.
Les preguntaron qué había pasado y ella salió del paso diciendo que habían decidido bañarse y que le había picado una faneca.
Él dijo que tenía que irse, que tenía algo importante que hacer, y que esa noche no podría salir, todos le miraron con sorpresa pero no insistieron.
Estaba recogiendo su toalla cuando la escuchó decir que también se iba, que no se encontraba demasiado bien, también escuchó a alguien que decía que ya se podrían ir los dos juntos.
Algo se heló en su interior. Si se negaba, habría preguntas, pero si ella no quería, se le vendría el mundo encima. La miró a los ojos, necesitaba saber que ella le perdonaba. Ella bajó la vista pero le preguntó si le importaba acercarla a su casa.

Fue un viaje horrible, no dejaba de pensar en lo tremendamente estúpido que había sido, mientras la miraba de reojo. Ella no decía nada, sentada muy seria a su lado, con el pelo todavía húmedo y una miríada de diminutos granos de arena destellando en su piel.

Con los ojos cerrados y los brazos debajo de la cabeza pensaba en que ella le había besado, y no podía creer que se hubiesen acostado.
Entonces sintió un tenue cosquilleo que bajaba por su vientre, como una suave caricia, y abriendo los ojos vio su mirada traviesa mientras el contacto su mano le hacía contener el aire.



Tarde, tarde, taaaarde, ufffffff.