El sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era muy frío.
El gran día ella llegó a casa, era parecida a papá y mamá pero más pequeña.
Era extraña, pero fascinante, no me cansaba de observarla, aunque al escucharla llorar por primera vez no pude evitar ponerme nervioso.
Con el paso del tiempo empezó a parecerse más a mamá, dejó de llorar tanto y se hizo mucho más interesante vigilar sus movimientos.
Esta noche ha nevado, aunque ahora brilla el sol como el "Gran Día", y hace tanto frío como aquella mañana.
Una niña morena es, aparte de mí, la única ocupante de la habitación, aunque a través de una puerta entreabierta se escucha el trastear de platos y cacerolas en la estancia contigua.
Nuestra niña, de puntillas, con la naricilla apoyada en el cristal de la ventana, clava sus grandes ojos verdes en el paisaje nevado.
A su lado, en el suelo de madera, junto a un vaso de plástico azul hay acuarelas y papel para acuarelas con manchurrones de colores.
Yo la observo desde un rincón, con curiosidad, deseando saber qué piensa. Tiene los dedos manchados de pintura, y un par de manchas por la cara.
"¡Mami, mami! el cielo se ha ido cayendo a cachitos, pero no cachitos azules, ¡son blancos! ¡las nubes se caen a cachitos mami! ¿Como vamos a volver a subirlas?"
Sonrío al oír los chillidos de la niña, que emocionada empieza a saltar, al tiempo que desde la cocina llega la voz de mamá, después de una ligera risa.
"No son las nubes, cielo, es nieve"
Veo como mi niña, esboza una mueca de incredulidad, a la vez que volviendo a pegar la nariz al cristal pregunta qué es la nieve. Cierro los ojos, adormeciéndome tendido en el sofá.
"La nieve es... como motitas de helado que caen del cielo"
Al oír la palabra helado vuelvo a abrir los ojos, y desperezándome me acerco a la ventana. Quizá este año caiga algo distinto del cielo, y si es helado...
Pego mi nariz al cristal y veo que se forma como siempre la extraña mancha al respirar, no dejan de sorprenderme las cosas tan misteriosas que pasan en el mundo.
Para mi decepción, del cielo no cae helado, sino la misma sustancia de cada año, que parece algodonosa y suave, pero como bien recuerdo después de la primera vez que la ví, es fría, crujiente y traicionera bajo los pies.
No siento ningún deseo de salir a enfrentarme otra vez a esa extraña cosa, pero en sus ojos veo que ella sí quiere tocarla. Ojalá mamá no la deje, hace demasiado frío, a pesar de su jersey rojo y sus calcetines a rayas.
"Mami... ¿puedo salir a probarla? Quiero saber de qué sabor es..."
Alarmado me siento en el banco del piano, a mi lado está un diapasón con el que papá juega a veces a sacar extraños ruidos.
"Cariño, la nieve no sabe a nada, no es un helado, y ahora yo no puedo salir contigo a jugar, pero por la tarde saldremos los tres a hacer muñecos de nieve, ¿vale?".
"¡Vale!"
Escucho a papá bajando por las escaleras, trae sus gafas y un par de libros. Atraviesa el salón y se sienta en el sofá.
Ella cruza el salón y se lanza a sus brazos, y yo, en un par de saltos, me enrosco en su regazo.
Durante un rato todo son risas y cosquillas, para mí, para papá y sobre todo para ella.
Luego papá nos lee un cuento, y yo me voy quedando dormido ronroneando por las caricias de sus pequeñas manitas.
Empiezo a soñar con otra habitación donde hay acuarelas y papel para acuarelas, un diapasón y un par de libros... donde quizá mamá cocine pescado... y de las nubes caigan bolas de helado...
Ah! casi se me olvida, el Gran Día no solo ella llegó a mi vida, con ella llegaron los cuentos... y no os imagináis lo feliz que pueden hacer los cuentos a un gato.
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