18 marzo 2007

Cuentacuentos 28: La última imagen que quedó plasmada...

La última imagen que quedó plasmada en su retina fue la de su asesino.
Alguien a quien no conocía de nada.
Alguien que había decidido poner fin a su vida con una frialdad asombrosa.
Mientras la vida se le escapaba a borbotones por la herida sus ojos le miraban con mil preguntas que sus labios no podrían jamas pronunciar.
¿Por qué? ¿Por qué yo?
Un sabor metálico le invadió la boca.

Y él la miraba a los ojos, observando con la curiosidad de un científico como sus pupilas se apagaban, como su cuerpo se iba aflojando sobre el puñal, como la sangre manchaba sus manos, y como un hilillo sanguinolento salía entre sus labios que poco a poco se iban quedando sin color.
Sabía que no podía hablar, la puñalada había sido certera, le había perforado el pulmón y había subido hacia el corazón.

No podían gritar y eso le permitía contemplar como la muerte llegaba a sus víctimas, mirarlas cara a cara y deleitarse con sus expresiones.
Algunos lo miraban con terror deformándoles la cara, otros habían llorado, y algunos incluso le habían dedicado miradas cargadas de odio, mientras que otros simplemente mostraban sorpresa. Pero todos, absolutamente todos, habían muerto en silencio.

Ella era la primera que le preguntaba con sus hermosos ojos, ¿por qué?.

Y su rostro pálido se le gravó en la cabeza, gritándole una y otra vez:

¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?

En sus sueños, en las caras de las cajeras del supermercado, en las presentadoras del telediario, solo había un rostro, el suyo, y sus labios solo dibujaban:

¿Por qué?

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